FORMASER c/ Saragossa, 18 Barcelona
+34 665 822 542
jonas@supervisionequipos.com

Saber ayudar

Supervisión de equipos educativos

Saber ayudar

Todos los seres humanos necesitamos ayuda en todos los sentidos, en todas las etapas de nuestra vida. Al mismo tiempo, también necesitamos ayudar a otros. Únicamente así podemos crecer y desarrollarnos. Quien no es necesario, quien no quiere ayudar a otros, acaba solo y atrofiado. Necesitamos saber ayudar y necesitamos aceptar la ayuda cuando es necesaria.

Normalmente la ayuda es mutua, porque nos encontramos en una situación de igualdad, como en la pareja. En toda relación existe una necesidad de compensación que tiende siempre a buscar un equilibrio, con este impulso tendemos a beneficiarnos cada vez más, a encontrar un sentido compasivo y de benevolencia. Quien recibió de otros aquello que deseaba y necesitaba, siente dar algo para así compensar la ayuda y mostrar su agradecimiento. Aquí la ayuda es un regalo que intercambiamos creciendo conjuntamente.

Pero muchas veces, compensar mediante la devolución sólo es factible hasta cierto punto, cuando aquello recibido es demasiado grande como para poder compensarlo completamente, como con los padres. Aquí necesitamos una humildad especial para no volvernos ayudadores profesionales: dando para recibir un reconocimiento personal, porque vivimos en una falsa abundancia que oculta una carencia o una necesidad. A veces sólo nos queda reconocer la ayuda con humildad, agradecerla de todo corazón, y sostener la culpa de no poder devolver inmediatamente lo que hemos recibido. Muchas veces no nos queda más opción por un tiempo que hacer algo bueno con lo recibido, y ser impecables con ello. En este caso únicamente podemos ofrecer una ayuda similar a otras personas cuando entregamos lo recibido a otros  -como por ejemplo a nuestros hijos. De este modo podemos recuperar el equilibrio entre el dar y el recibir.

También existe una desigualdad entre quien dispone de cierta ventaja frente a alguien que está necesitado, como si de un río que transportara hacia abajo aquello que recoge más arriba. En este tipo de ayuda lo ofrecido se expande; requiere que antes nos hayamos reconocido y tomado a nosotros mismos. Sólo así tenemos la fuerza y la capacidad de ayudar también a los demás, sobre todo cuando esta ayuda exige mucho de nosotros mismos.  Esto implica también que a aquellos que podemos ayudar necesiten y deseen (ambas a la vez) eso que somos capaces de darles. De lo contrario nuestra ayuda es pretenciosa, se convierte en algo vano que separa en vez de unir, que debilita en vez de fortalecer.

Como facilitadores de la ayuda es indispensable saber ayudar de igual a igual, con una actitud que inspire al otro a la acción y a tomar decisiones. Cuando alguien pide ayuda poniéndose por debajo, en una actitud de carencia o victimismo, es porque aún no está dispuesto a actuar. Es necesario esperar, porque toda ayuda es menospreciada de algún modo. Para reconocer la necesidad de una ayuda real es necesaria la honestidad, pero para recibirla y estar dispuesto a actuar, es indispensable cierta humildad. Cuando alguien se lamenta, ¿quiere actuar? La queja y las lamentaciones piden atención, no ayuda, y por tanto exige la energía de alguien  para ir hacia la solución, pero que no está dispuesto a invertirla por sí mismo. Cada queja es un pretexto para no actuar. A veces en  este sentido, la verdadera ayuda se logra a través de la renuncia en facilitar ayuda al otro. En esta renuncia transmitimos una fuerza: saber esperar es una confianza en que cada uno recibirá lo que le corresponde en su momento. Desarrollar esta paciencia es una forma de amor, que dirige a los demás hacia su plenitud, a potenciar los recursos propios, a pesar de la urgencia desde la que quien está necesitado suele reclamar.

El saber ayudar también implica un forma de percepción y relación con quien busca nuestra ayuda. Podemos llamarlo estar presentes, mantener una atención plena o estar centrados. Al principio cuando queremos ayudar tenemos en nuestro interior la fantasía de querer atenuar, disminuir la pena de quien sufre. Pero más tarde comprendemos que nuestra intención de ayudar impide la ayuda verdadera, porque nuestra imagen de lo que sería bueno para el otro proviene de nuestros prejuicios, de las creencias que hemos desarrollado mediante nuestras técnicas y entendimiento, de nuestras ideas limitadas de solución.  

Sin embargo, si estamos presentes sin intención alguna, súbitamente, al acompañar a alguien que está triste, deprimido, o que quiere suicidarse, podemos encontrar el espacio en el que damos lugar a una visión más amplia, a una mirada sistémica que acoge a la persona en un contexto más grande. En esta relación de ayuda, no deseamos cambiar su situación porque no tenemos miedo a su situación ni a su vivencia. Tanto como si quiere ver, esconderse o huir. Como si se enfrenta a la muerte o al deseo de morir. Pero sin esta capacidad de estar presentes sin expectativas o intenciones personales, esta imagen de ayuda es muy limitada, está determinada por mis ideas y prejuicios de lo que es necesario, según mi historia personal y mis temores. En el momento que permanezco en este espacio de no-saber, de no pretender controlar ni cambiar la experiencia de nadie, hago lugar a un vacío fértil que me dirige sólo hacia lo esencial.  Que me muestra únicamente el paso siguiente.

Este espacio vacío es nuevo siempre. No tiene antecedentes ni historia personal. Nos permite una percepción limpia y totalmente respetuosa con la vivencia de aquél que viene a pedir ayuda. No se genera ninguna pretensión de liberar al otro de cosa alguna. Querer liberarnos es una forma de violencia, pues significa que lo que nos molesta aún no está suficiente maduro. Cuando un trauma, una dificultad, no la necesitamos se desvanece por sí sola. Un trauma, un dolor es respetable, lo necesitamos, de otro modo no estaría ahí. Debemos aprender a escucharlo, a convivir con él, a abrirnos a una receptividad que no tiene expectativa alguna. En esta actitud receptiva, pacífica, el trauma, el daño, poco a poco sube a la superficie. Cuando encuentra suficiente espacio, emerge y se vacía de tensión, de dolor.  Amar no impide la acción, sin embargo, es una acción que no fuerza nada, y que no obliga ningún entendimiento al otro para que vaya por un camino determinado. La ayuda más grande es abrirse  a la disponibilidad de escuchar y abrazar el destino de cada uno tal como es.

Aún así, a veces no sabemos si podemos ayudar, o si tenemos el permiso para hacerlo. Si sale a la luz que no nos es posible hacer nada, hemos de inclinarnos ante el destino evitando intervenir. Cuando sabemos cuando retirarnos, acompañamos desde el silencio interno, y entonces seguramente la Vida haga un giro inesperado y ofrezca alternativas insospechadas. Aunque a veces no se da una solución. Sin embargo, ¿es eso malo? ¿Existe alguna vida peor o mejor? No es nuestra tarea juzgar el resultado de cada vida. Tal vez en esto se dé nuestra grandeza, en el amor por querer ayudar sin condicionamientos.

Como facilitadores de la ayuda somos requeridos a asentir y postrarnos ante el propio destino y el de los demás, y reconocer que nos sobrepasa. Entonces, en la fuerza de nuestra ayuda, podemos mantenernos centrados y tranquilos. Presentes y confiados en la vida.

Jonàs Gnana

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *